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Mis 50 años. Rafael Octavio Bruno Gómez

 

Mis 50 años

Nací el 18 de febrero del año 1965, dos meses antes de nuestra gloriosa Revolución de abril. Hoy más que nunca estoy convencido de que nada es perenne en la vida. Que nuestras conquistas han de ser reconquistadas, que la lucha nunca termina porque siempre habrá insensatos tratando de robarnos lo que con mucho esfuerzo hemos logrado.

He aprendido a querer y amar sin condiciones, a pelear por lo que quiero, defender mis derechos con vehemencia respetando al prójimo cumpliendo con mis deberes. La libertad individual, la igualdad de oportunidades, los derechos humanos y la propiedad privada los asumo como lo fundamental en nuestras vidas. 

Combatir el abuso, la inequidad, el monopolio, la injusticia, la intolerancia, la megalomanía socio-política de nuestro tiempo, será una constante. Lamentable y peligroso espectáculo estamos viviendo, cosa que se pensaba superada, la dictadura ha mutado. Ahora son los partidos políticos que nos han secuestrado el país institucional y será tarea difícil recobrarlo, pero se hará. 

Desde niño pensé que moriría a los 50, que esa edad, cual sentía larga, era suficiente para cumplir con mi misión. Pero el tiempo, el implacable, pasa sin darnos cuenta y aquí estoy; con mucha vida para vivirla. Sin embargo, esta es una declaración de muerte. Voy a enterrar un capítulo para abrir otro, cerraré puertas esperando que se abran otras. Ya no andaré tan aprisa, seré más paciente; No buscaré más, mantendré lo que tengo; valoraré las pequeñas cosas y encontraré lo bello a mi alrededor.

Discrimino por valores, nunca por raza o ascendencia social y de acuerdo a esto, seré más radical.

La lucha nunca termina, pero ya no seré soldado de vanguardia. Pasaré la antorcha y empujaré a quien la tome. Estaré en la retaguardia velando por el cumplimiento de la nueva misión.

He entendido la gran responsabilidad que acarrea el hecho de que algunos te sigan, sin defraudarlos, porque de uno se espera mucho más de lo que podemos dar y tenemos que predicar con el ejemplo haciendo siempre lo correcto y no solo lo complaciente o conveniente.

Mis mejores años los dediqué a crecer, estoy conforme con lo que he logrado. No culpo a nadie por mis errores, he entendido por cuales razones los cometí y cuáles fueron las circunstancias y el entorno que los crearon. Con el corazón en la mano y muchas veces en la boca he encontrado el camino correcto y he sentido la iluminación de la gracia de Dios cuando me aferro a la verdad, lo cual me ha hecho libre.

De mis hijos espero lo mejor, nada menos, porque he tratado de cumplir con mi deber ofreciéndoles mucho más de lo que he tenido. Amo a mi esposa más por sus virtudes que por sus defectos, no los veo si los tiene; juntos seguiremos recorriendo este camino grandioso.

No espero nada de nadie. He saboreado la ingratitud y la traición, lo cual asumo como algo normal de la raza humana. Solo los mejores hombres se colocan por encima de las mezquindades y pocos son los virtuosos. Me aferro a lo moralmente correcto y justo, mis valores son la medida de mis acciones porque el éxito se define por el logro de las metas y sigo las mías, no las de otros.

He aprendido a controlar mis propios ritmos y pautas. Confío en mis instintos que ya los llevo engrasados con la maestría de mi experiencia. Cuando cumplo una meta, me detengo y doy un paso atrás; reflexionando miro el horizonte para comenzar con más fuerza, porque como hace un buen jinete, antes de controlar su caballo, él se controla a sí mismo.

En Dios confío.

Rafael Octavio Bruno Gómez, 18 de febrero del 2015.

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